Quiroz era un padre de familia de una pequeña escuelita pública, resignado al desinterés de las autoridades educativas locales por mantenerla y hacerla progresar. Sabía que cada reparación, cada mejora, cada centímetro de calidad que ganara el centro educativo, dependía principalmente de lo que las modestas familias pudieran aportar.
Quiroz estaba acostumbrado también a que, pese a todo, la autoridad no se perdiera nunca ninguna inauguración y fuera a sacar pecho por los logros alcanzados con el esfuerzo de los padres, remando en contra muchas veces de la desidia oficial. Este es el reflejo vivo de un Estado que se habituó por décadas a eludir su responsabilidad y a inaugurar nuevas escuelas apoyándose en el bolsillo y el trabajo gratuito de los más pobres.
El Proyecto Educativo Nacional propone que el Estado cumpla de verdad con su deber de garantizar educación gratuita de buena calidad a todos los peruanos, en especial a los más pobres. No es equitativo que con el pretexto de la participación social, obligue a los que menos tienen a subvencionar la satisfacción de lo que les corresponde por derecho.
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